42K (Cont.)

Llegamos a una rotonda donde se estaba bajando mucha gente de diferentes carros con la camiseta de la carrera así que le dije que me quedaba ahí.

Del carro de al lado se bajó George de Aethos Team. Lo había empezado a seguir en Instagram desde hace poco y sabía que era una carrera importante para él por su proyecto 876. Así que a pesar de no acordarme de su nombre, me animé a desearle suerte con su usuario de Instagram y le dije “buena suerte RunnerAddict”. Me miró y, al ver que era un desconocido, sonrió y agradeció la buena energía y se fue trotando.

A pesar de que todavía era de noche y estaba a un par de cuadras del punto de concentración, ya se sentía ese ambiente alegre de carrera y yo ya estaba metido completamente en el cuento después del breve encuentro con George. No sabía a donde iba pero me dejé llevar por las decenas de personas que caminaban en el mismo sentido.

Llegué al punto de concentración y empezó mi segundo suplicio de las carreras (después de no poder dormir): las ganas de hacer pipí después de la hidratación pre-carrera. Como siempre una fila larguísima pero que se movió más rápido que nunca. Justo antes de entrar al baño portátil anunciaron que era momento de ir a los corrales de salida.

Miles de personas caminábamos hacia el mismo lugar. Se veían diferentes camisetas, grupos de amigos, número de 21K y de 42K. Yo estaba solo y no conocía a nadie. Mi mente empezó a ir a mil. Estaba nervioso, lleno de miedos de lo que me esperaba las próximas horas pero al mismo tiempo de emoción de estar ahí.

Ya cuando adelante no había más espacio y dejé de caminar, empecé a agradecerle a la vida y a mi cuerpo poder estar ahí parado listo para correr y empece a pedirle a mi abuelita Pachita que fuera conmigo todo el camino y que me cuidara de lesiones y de cualquier cosa mala que me pudiera pasar.

Estaba “envideado” porque semanas antes había empezado a trabajar con una ~Coach Etimológica~ que me hizo ver que algunas de mis lesiones anteriores habían podido ser una especie de auto sabotaje. Sabía que tenía miedo de la carrera, que días atrás me había arrepentido de inscribirme y me hubiera salido si hubiera habido la oportunidad. Esas conversaciones pasaban por mi cabeza y estaba lleno de miedo de auto sabotearme.

Empecé a llorar. Estaba entre miles de personas pero estaba solo. No paraban de escurrirme lágrimas. Era un revuelto de emociones inexplicables, acentuadas por pensar en mi abuelita que me hace tanta falta pero que sé que está ahí cuidándome siempre.

Se hizo de día y tomé unas fotos para después recordar ese momento. Las personas de en frente empezaron a moverse. Empezamos todos a caminar y cada vez más rápido. Había caminado un par de cuadras y todavía no veía el punto de partida al frente. Se me estaba haciendo eterno. No sabía dónde era ni cuánto faltaba. Resultó que tocaba cruzar a la derecha y por eso no la veía. Crucé y vi el cronómetro andando. Poco más de dos minutos. Ya había empezado a trotar suavemente cuando decidí parar y volver a amarrarme los zapatos para estar seguro de que no se iban a desamarrar en la carrera. Seguí trotando hasta la línea de partida y la pasé mirando arriba, al infinito, mientras presionaba “Start” en el reloj que llevaba en mi muñeca izquierda.

Sabía que había salido con más o menos 3:30 en el cronómetro de la carrera pero a los pocos minutos me di cuenta que no había configurado bien las pantallas del Garmin y me tocó parar el cronómetro para poder hacer el ajuste. No sé cuánto tiempo estuvo parado. Probablemente menos de un minuto, pero la emoción del momento había afectado mi noción del tiempo.

La altimetría de la carrera era una locura. Muchas subidas y bajadas desde el comienzo. La primera marca de distancia que vi fue el km 3. Me puse a pensar en lo que significaba y en cómo me sentía. 1/14 de carrera y yo ya sentía un poquito de cansancio pero al mismo tiempo que el tiempo se estaba pasando demasiado rápido.

La marca de los 5 km y me reí acordándome de esos primeros entrenamientos de comienzo de año donde 5 km me dejaban listo por el día.

10 km y no podía creer que hace unos meses en los 10K de Avianca había quedado listo para acostarme el resto del día a pesar de que el tiempo no había sido espectacular. Me dio envidia de Mila que poco después iba a empezar sus 10K allá mismo. Hubiera sido espectacular que ese fuera el final y sentirme así de bien y de tranquilo.

Un poco más adelante, en el km XXX el camino se dividía: izquierda para 21K y derecha para 42K. Cerca de mí iba un grupo de corredores amigos hablando y que ya se habían acomodado en el carril izquierdo mientras yo iba en el derecho. Uno de ellos empezó a aplaudir y animar y muchos de los corredores de ese carril empezaron a gritar frases como “qué duros”, “vamos por esos 42km”, “allá los esperamos” y “ustedes pueden” mientras aplaudían y chiflaban. Me sentí gigante, todo poderoso, imparable. Me llené de emoción, de alegría y de orgullo y se me escurrieron un par de lagrimas mientras corría más rápido de lo que debía por la emoción del momento. La mayoría de las personas se fueron por el otro camino y quedamos pocos corredores a esa altura por el camino de 42K.

Seguí sin problema, comiendo geles cuando el reloj me decía y recibiendo agua y Gatorade siempre que había sin estar seguro de qué tanto debía hidratarme porque eran terreno y altura desconocida para mí.

Mucho antes de llegar a la marca de los 21 km empecé a ver pasar en sentido contrario a los que creo que eran líderes de la carrera. Increíble, yo no iba ni la mitad y ellos ya bien entrados en el último cuarto de carrera.

Según mis cálculos y las indicaciones que le había dado a mi mamá, ella debí estar cerca, antes del km 22, esperándome en algún lugar para verme pasar. Le había dicho que me escribiera por iMessage contándome donde se ubicaba para estar pendiente y poder saludarla. Tenía mucho emoción de verla. La primera vez que alguien salió a la calle a verme fue Mila en la MMB un mes atrás y cuando la vi me emocioné mucho. Esta vez era mi mamá, en otra ciudad y en mi primera maratón completa. La emoción iba a ser incomparable.

Me habían llegado mensajes por iMessage pero no los pude leer. Se me olvidó decirle que me tenía que escribir el mensaje solo a mí y no en un grupo porque las notificaciones del reloj me iban a mostrar solo en nombre del grupo y no el contenido del mensaje. Como es costumbre entre nosotros, ella me había escrito varios mensajes pero por el grupo en el que estamos ella, mi hermana y yo.

No sabía dónde estaba pero si me había enviado varios mensajes era porque ya estaba ubicada, o al menos eso creí. Iba pendiente de buscarla cuando vi la marca del km 22. Seguí un poco más y analicé el lugar. Ya estaba mucho más al sur de donde debía estar ella.

Empecé a pensar qué tal vez pasé por donde ella estaba y no la había visto; pero eso no podía ser porque ella me hubiera gritado al verme. Tal vez ella se había demorado en salir y no había alcanzado a llegar antes de que yo pasara por el punto más cerca a donde nos estábamos quedando; pero eso no es algo que le pasaría a mi mamá, ella nunca hubiera dejado que se le hiciera tarde para eso.

Mientras pensaba en todo lo que hubiera podido pasar y me ponía un poco triste de no haberla visto, ¡la vi! Estaba en el andén contrario al que no me podía acercar porque era el carril de regreso de la carrera. Pero no importaba. Lo importante es que mi mamá estaba ahí viéndome en acción, grabando un video, saludándome y animándome. Me puse feliz, la saludé mucho con las manos y seguí. El momento se pasó muy rápido pero me había dejado con energía para el falso plano que seguía.

Más adelante me crucé con George de Aethos que ya iba en el otro sentido y lo volví a animar. De nuevo sonrió y me devolvió el saludo. Me quedé pensando en lo increíbles que son estas competencias: el sentido de compañerismo, de ayudar a los otros, de disfrutar entre todos. Realmente uno (como corredor recreativo) no compite con los demás. Uno participa, se divierte y compite con uno mismo y sus objetivos.

Un par de kilómetros antes de llegar a Sabaneta, cerca del km XXX, el piso estaba terrible. Era como si encima del pavimento fresco hubieran echado una capa de las piedras más desiguales y puntiagudas que encontraron. Yo con mis Vivobarefoot sentía todo eso en la planta de mis pies. Después del cansancio normal que dejan XXX corriendo en asfalto, pisar eso era como pararse descalzo sobre puntillas. Estaba desesperado y no sabía qué hacer. Intentaba pisar la señalización horizontal, esas flechas y líneas pintadas de blanco en el piso con una capa gruesa de pintura y no sé qué más que eran los únicos centímetros cuadrados lisos y cómodos pero espaciados y desgastados al punto que no estaban ayudando mucho.

Cuando por fin se acabó la tortura descansé. Recibí un banano y un par de bocadillos que me fui comiendo a medida que me los dieron y cuando menos me di cuenta estaba en Sabaneta.

Mientras todo eso el reloj vibraba sin parar: mi mamá había enviado el video que grabó de cuando pasé y lo mandó al grupo de la familia extendida en WhatsApp. Lo que hacía vibrar el reloj eran los mensajes de amor y ánimo de mis tíos y primos que, curiosamente por ser en esa otra App, sí podia leer desde el reloj a pesar de ser en un grupo. Eso ayudó a que la tortura del piso se pasara más rápido.

En mi mente el recorrido dentro de Sabaneta debía ser una vuelta pequeña para regresar por el mismo camino, pero la vuelta resultó ser mucho más larga y tenía subidas y bajadas mucho más empinadas de lo que esperaba.

Cuando volví a la calle donde se encontraba el recorrido de ida con el de vuelta sentí alivio: ya era hora de los últimos cientos de metros en subida y el inicio de lo que serían más de 10km más o menos rectos que acababan muy cerca del final.

Mi hermana empezó a mandar mensajes en el grupo de iMessage y no los podía leer. No había sacado el celular antes porque lo llevaba en un canguro pequeño con otras cosas y me daba miedo que al abrirlo se cayeran o que por la tensión al tenerlo puesto no lo pudiera volver a cerrar. Pero sabiendo que mi mamá y mi hermana me estaban diciendo cosas que no podía ver hacia qué valiera la pena el riesgo.

Les mandé un mensaje de voz diciendo que no podía ver los mensajes entonces que era mejor que me escribieran por iMessage privado o en grupos de WhatsApp. Aproveché y también mandé un mensaje de voz al grupo de la familia, diciéndoles que iba leyendo todo lo que me mandaban, que sus mensajes me llenaban de ánimo y que me siguieran mandado.

Se me escurrieron las lagrimas otra vez. Ese momento me recordó lo afortunado que soy por tener ese grupo de apoyo tan increíble detrás. Personas que quiero con todo mi ser y que me quieren y están pendientes de mí. No podía contener toda esa emoción y felicidad que terminó saliendo en forma de lágrimas de alegria.

En el mensaje aproveché para contarles mi plan: iba en el km 30 pensando que todavía me quedaba algo de subida (que no era así, ya había empezado la bajada que creía que era más adelante) y que en el km 32 pensaba parar a estirar porque me sentía bien para haber recorrido toda esa distancia pero que ya sentía el cansancio en las piernas y había leído que ese era el kilómetro de la muerte.

Seguí corriendo, comiendo geles, otro banano, pagando las marcas, incluyendo la del km 32, y no tenía ganas de parar. Me sentía animado y en el flow y no quería perderlo.

Gracias a la inclinación negativa iba más rápido de lo que tenía planeado. Haciendo cuentas mentales sentí una felicidad increíble porque me di cuenta que iba a poder acabar en el tiempo de ese objetivo que supuestamente había dejado atrás.

La verdad es que si me preguntaban antes de la carrera, respondía que el objetivo era acabar, pero en el fondo siempre sigue esa esperanza de cumplir el objetivo inicial.

Me sentía bien, sentía que tenía la energía suficiente para acabar, que todo iba perfecto.

Me crucé con Lucho, Cata y Renacer y a cada uno lo saludé con gritos de ánimo. Ellos también estaban en un proyecto pero el de ellos era social y tenían el reto de correr 200 km de los cuales los últimos 42 eran en la maratón. Por eso iban tan atrás. Igual que George todos respondieron con una sonrisa y devolvieron el saludo.

Volví a pensar que es increíble y que ojalá ese sentimiento de compañerismo lo viviéramos todos en el día a día. Que en la ciudad pudiéramos sonreír más y recibir una sonrisa de vuelta. Saludar a los demás y que nos devuelvan el saludo. Y, sobre todo, ser más solidarios y ayudarnos los unos a los otros cuando vemos que lo necesitamos.

Cerca del kilómetro 35 iba cansado pero bien cuando de la nada en una pisada sentí esa tensión tan horrible de cuando quiere dar un calambre. Alcancé a parar y estirar la pierna antes de que me diera el calambre con todo lo que eso significa. Era el muslo en la parte interna de mi pierna derecha. Me orille e intenté estirar pero cada vez que intentaba subir el talón hacia la parte posterior del muslo, lejos todavía de llegar el punto de estiramiento, volvía a sentir ese cuasi calambre.

No sabía qué hacer. Empecé a masajear el músculo y me di cuenta que ya estaba tensionado. Me masajeaba cada vez más fuerte tratando de soltarlo y paraba para estirar otros músculos de la pierna.

Después de un rato sentí que podía continuar y así lo hice. Tenía el músculo resentido y sabía que había un riesgo alto de que me diera el calambre completo en cualquier momento. No dejaba de pensar y tratando de saber qué había hecho mal. Probablemente faltó preparación con fondos más largos. Seguro había descuidado la hidratación los kilómetros anteriores y no había ingerido suficientes electrolitos. De pronto había causas que desconocía. Tal vez era solo “mala suerte”. O debía ser ese autosabotaje que mencioné antes.

Iba corriendo con inseguridad y al poco tiempo me tocó volver a parar. Estirar otros músculos. Masajear más. Seguir. Volver a parar. Masajear todavía más y más duro. Estirar. Parar una cuarta vez. Estirar y masajear y sentir que esta vez el músculo no relajaba. Que ya había quedado así.

Me empecé a frustrar. Me puse triste mientras perdía la esperanza de acabar la maratón. Veía el reloj y cada segundo que pasaba me empezaba a alejar de mi meta. Pero decidí seguir, ya estaba muy adelante y tenía que hacerlo como fuera.

Sabía que cada paso me acercaba no solo a la meta sino de la carrera sino a mi meta persona: la de acabar. Tenía que hacerlo como fuera. Sabía que estaban esperándome en la meta y no podía renunciar en este momento.

Seguí corriendo con cuidado, con una mala técnica pero que me evitara el dolor. Faltaba poco y a medida que me acercaba a la meta, empezaba a haber más gente a los lados de la calle gritando y apoyándonos a los que íbamos en camino. Muchos con sus medallas en el cuello, que habían acabado antes y que seguramente sufrieron maratones anteriores y saben lo que se siente.

Después ya no eran solo personas con medallas, eran todos. De un momento a otro el carril ya no lo marcaban los andenes, sino lo marcaba la gente. A lado y lado personas gritando, aplaudiendo, dándonos esos ánimos que tanto necesitábamos.

Sentía que una toma aérea de ese momento se iba a ver como las tomas del Tour de France donde el carril lo hacen las personas a lado y lado. Fue muy emocionando y siempre voy a estar agradecido por todas esas personas que sin conocerme, me salvaron la carrera.

Después de unos minutos de esta emoción y de distraerme con la alegría que estos gritos de aliento despertaban, volví al momento presente y a revisar cómo iba mi dolor. Todo ese ánimo y emoción hicieron magia: el dolor en mi músculo había desaparecido.

No lo podía creer. Me daba miedo pensar en eso y que por tomar consciencia, volviera a doler, pero no podía evitarlo, buscaba el dolor porque no podía creer que no estuviera. Pero así era. Ya no dolía, mi pierna estaba completamente recuperada.

Faltando algunos cientos de metros se acabó ese carril humano del ancho de una cicloruta y el nuevo ancho estaba demarcado por vayas y rejas a lado y lado de la calle completa. Tres o cuatro carriles de carros que no me iban a dejar acercarme a los que me esperaban en la meta pero que me hacían sentir pleno y libre, sabiendo que los metros que quedaban eran contados.

En un giro a la izquierda de la calle, a unos 100 metros de la meta, las vi: mi mamá y mi novia. Gritándome, grabándome, haciéndome barra. Uno de los momentos más emocionantes de mi vida entera. Lo iba a lograr, lo había logrado, ya en ese punto podía gatear a la meta si era necesario, y ellas iban a estar ahí para verme cruzarla. Me emocioné y mis piernas se llenaron de energía y corrí más rápido. Rematé duro y crucé la meta con una sonrisa gigante y lágrimas de emoción y felicidad en mis ojos.

Cumplí mi objetivo. Me desafié y lo había logrado. No puedo decir mucho más. La emoción fue gigante. Recibí mi medalla y un Gatorade pero no la miré y no lo abrí. Busqué a mi mamá y a mi novia y cuando nos encontramos, las abracé. No podía creer lo que acababa de completar y todavía menos que ellas estuvieran ahí. Mis dos medias maratones terminé solo en la meta y no tuve con quien compartir la alegría de llegar. Pero esta vez era diferente: era una carrera el doble de larga, era algo para lo que me estuve preparando pero que uno no puede estar seguro que lo va a completar, y esta vez estaban ellas ahí para compartirlo conmigo.

Fueron mis primeros 42 kilómetros y 195 metros y nunca los olvidaré.